🌊 La Laguna de El Salado: El misterio me abrazó entre praderas.

Muy cerca de San Gabriel, en el cantón Montúfar, me encontré con un lugar que nunca olvido: la laguna de El Salado. Es un sitio al que siempre vuelvo, cuando quiero respirar aire puro y estar junto a la naturaleza, en esta ocasión, buscaba silencio y sentir algo diferente,  y encontré historia, leyendas, paisajes y sabores. Este rincón del Carchi me habló al corazón. Y quiero contarte por qué.

🧙‍♂️ La leyenda que se siente en el aire

Esta historia me la contó mi abuelo, Carlos Andino. El era un niño que tenía apenas 10 años cuando, según me dijo, acompañaba a su hermano mayor a trabajar en la hacienda El Vínculo. Ahí, fue testigo de algo que marcaría su memoria para siempre.

Contaba que el dueño de la hacienda, el señor Ignacio Fernández Salvador, era un hombre poderoso y reservado. Un día, cuando estaban cerca de la laguna, vio cómo este terrateniente lanzaba monedas de oro al agua mientras murmuraba palabras extrañas. Mi abuelo recordaba que el señor Ignacio les decía con voz firme: “No miren, den la espalda. Esto no deben verlo.”

Y aunque obedecieron, el eco de ese momento quedó grabado en él. Esa escena fue contada una y otra vez en reuniones familiares, y yo la escuché muchas veces con el corazón acelerado. Decían que ese acto formaba parte de un pacto con el demonio, y que cada moneda lanzada al fondo de la laguna sellaba su deseo de más riqueza y poder.

Desde entonces, no puedo mirar el agua de la laguna El Salado sin pensar en esa historia. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si ese brillo que a veces se cuela en la superficie no es el sol, sino el oro del pasado?

🚣‍♀️ Navegar sobre un susurro

No lo pensé mucho. Apenas vi los botes listos para pasear sobre la laguna, decidí subirme a uno. El agua estaba serena, apenas ondulada por el viento. El señor encargado de dirigir el bote lo deslizó lentamente, mientras avanzábamos hacia el centro de la laguna miré alrededor pequeñas lomas verdes y ese silencio que solo los lugares mágicos saben guardar. Cerré los ojos y dejé que el viento me contara lo que la tierra aún susurra.

Desde el bote, el paisaje cambia. Todo se vuelve más profundo. Más íntimo. Y entendí por qué tantas personas vienen aquí buscando algo más que una bonita foto.

🚴‍♀️ Pedalear con el alma

Alrededor de la laguna, puedes practicar deporte ya sea pedalear una bicicleta o trotar. Yo no soy experta, pero me animé. Tomé una bicicleta y comencé a bordear el lago. Entre el esfuerzo y el asombro, descubrí que el paisaje cambiaba, pero cada vez era aún más hermoso,  siempre estaba la laguna como fondo de una fotografía bien lograda.

Subidas, bajadas, curvas… y en cada tramo, una nueva forma de ver la laguna, aves que me seguían con la mirada y árboles que parecían haber escuchado todas las leyendas del lugar. Sentí cómo mi cuerpo se esforzaba, pero también cómo mi mente se liberaba.

🍽️ Comer con el corazón

Después del paseo, el hambre llegó como un buen presagio. Me acerqué a un pequeño puesto junto a la laguna y pedí lo que vi en todos los platos: trucha frita. Dorada, crocante, jugosa. La acompañé con choclos con queso. Los platos no sobrepasan los 3,50 usd. Todo tenía ese sabor casero que solo se encuentra en las cocinas donde aún se cocina con amor.

Y como si fuera poco, cerré la experiencia con un helado artesanal hecho con frutas andinas. Uno de mora. Era como si la tierra misma me hubiera ofrecido un festín.

💫 Lo que encontré en la laguna de El Salado

Fui sin buscar mucho. Solo quería un respiro. Pero El Salado me ofreció algo más: una historia que se siente en el agua, un viento que acaricia como un recuerdo, un silencio que habla más que mil palabras.

La leyenda del terrateniente, los paseos en bote, el ciclismo alrededor de la laguna y los sabores del Carchi… todo eso está ahí. Pero también está lo que no se puede contar. Esa sensación de haber pisado un lugar que tiene historia. Una historia contada por mi abuelo. 

🗺️ ¿Cómo llegar?

Desde la ciudad de San Gabriel, en el cantón montúfar, puedes tomar un bus hacia la parroquia de Piartal y quedarte en la entrada a la Laguna que queda al paso. Es un trayecto fácil, lleno de praderas. Si vas en auto, mejor aún: cada curva del camino es una invitación a detenerse, respirar y admirar.

Si tienes la oportunidad, quédate más de un día.  Puedes hospedarte en San Gabriel, camina sin prisa, habla con la gente, prueba lo que cocinan con tanto orgullo. Y escucha. Porque la laguna te hablará. Tal vez no con palabras, pero sí con sensaciones que solo entienden quienes se permiten sentir.

Lia Herrera

Lia Herrera

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