Desde hace tiempo sentía que necesitaba encontrarme a mí misma. No sabía exactamente cómo, algo en mí pedía una pausa, un espacio para respirar profundo y volver a mi centro. Una amiga muy querida me recomendó caminar por la naturaleza, permitirme simplemente estar, sin exigencias… y fue así como llegué al Bosque de los Arrayanes, en el cantón Montúfar, al norte del Ecuador.
Apenas puse un pie en ese bosque, supe que estaba en el lugar correcto. El aire era distinto, la luz filtrada entre las ramas tenía algo de mágico. Cada paso que daba era como un suspiro del alma. La caminata meditativa la hice con intención: encontrar paz y calma para avanzar para encontrar nuevos caminos y horizontes.
Un bosque que guarda memorias y secretos
Mientras recorría los senderos, fui guiada por Alicia Cerón, una mujer con una sabiduría serena y una conexión profunda con el bosque. Ella forma parte de la Asociación Salvemos al Bosque de los Arrayanes, que cuida con amor este espacio sagrado. Si alguna vez deseas vivir esta experiencia, puedes contactarla al 099 134 9154.
Alicia me contó que la mayoría conocemos este bosque por la belleza y grandeza de sus árboles, pero pocos saben que, según nuestros mayores, hace muchos años en el centro del bosque se realizaban rituales. Las personas ofrecían ofrendas a la Madre Tierra, pedían permiso para sembrar, para vivir en equilibrio. En otros lugares cercanos, incluso enterraban ollas, cofres, jarrones con significado espiritual.
Este lugar fue y sigue siendo profundamente sagrado. Cuentan que los chamanes hablaban con los árboles, y que los árboles también respondían. En ese momento, me quedé en silencio… y con el corazón abierto. No sé si lo imaginé, pero sentí que los árboles también me hablaban a mí.
Un momento de reconexión y ternura interior
En medio de esta conexión con el bosque, me permití realizar una meditación muy especial. Me senté entre los árboles, cerré los ojos, respiré profundamente y llevé mi atención a mi niña interior. Imaginé que ella estaba allí, caminando conmigo de la mano, curiosa, dulce, confiando. Le pedí al bosque que nos llenara de su energía, que nos abrazara con su sabiduría.
Y lo hizo.
Esa experiencia de reconectar con mi niña interior, en ese entorno tan lleno de vida y ternura, fue uno de los momentos más hermosos que he vivido. Sentí que algo en mí se desbloqueaba, que me encontraba de nuevo conmigo misma. Fue lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
La Catedral y la noche entre árboles que respiran
Alicia me llevó al corazón del bosque, donde hay un espacio circular que llaman la Catedral. Allí, las copas de los árboles se unen formando una especie de cúpula natural. Al mirar hacia arriba, sentí que estaba dentro de un templo antiguo, vivo, que me hablaba en susurros.
Decidí quedarme a acampar. Dormir en el bosque fue una experiencia casi mística. El aire fresco, los sonidos suaves de la noche, los crujidos de la vida silvestre… y yo, allí, respirando, agradeciendo, escuchando. Las sensaciones eran únicas, como si estuviera dentro de un sueño del que no quería despertar.
Vida que brota por todas partes
El bosque está lleno de maravillas. Orquídeas silvestres que nacen entre las raíces, y si te tomas el tiempo de observar, puedes ver zarigüeyas, armadillos y aves moviéndose libremente. Todo vibra con una energía especial. Es imposible no sentirte parte de la tierra cuando estás ahí.
Una experiencia que me transformó
Volví distinta.
El Bosque de los Arrayanes no fue solo una visita. Fue un reencuentro conmigo, con mi historia, con mi ternura. Sentí que el bosque me cuidó, me enseñó a estar en silencio, a mirar con otros ojos, a recordar quién soy.
Y aunque no puedo explicarlo del todo, sé que los árboles me hablaron, y yo los escuché. Y quizás, solo quizás, ellos también me escucharon a mí.
Artículo escrito por Lia – Coaching Holística | Instagram: @lia_hec | WhatsApp: +593 979881234 | Fotos: archivo personal

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