Nunca imaginé que un día estaría sobrevolando una laguna cuyo nombre significa “lago de sangre”. Yahuarcocha, en Ibarra, tiene un pasado ancestral cargado de historia, pero cuando la ves desde las alturas, solo puedes sentir belleza, paz… y una conexión profunda con la vida.
Todo empezó como una escapada sin mapa. Sentía que necesitaba salir, cambiar el aire, desconectarse del ruido. Ibarra siempre me pareció un lugar cálido —no solo por su clima— sino por su gente, su comida, ese ritmo andino que me recuerda que puedo caminar más lento, y aún así avanzar.
Pero esta vez, algo me llamó hacia Yahuarcocha. Quizás fue intuición. O quizás fue mi alma pidiendo alas.
Pasaba por un momento de decisiones, me sentía entre valiente y vulnerable… y con muchas ganas de dar un salto de confianza. Literal y simbólicamente. Por eso elegí volar.
La llegada
En buena compañía, llegamos temprano a un lugar llamado la Vuelta de la Paloma. Eran las siete de la mañana, el sol apenas asomaba entre las montañas y el aire fresco tenía ese tipo de frío que despierta cuerpo y alma. Los guías de vuelo en parapente tándem ya nos esperaban. Confieso que al principio me sentía un poco nerviosa.
Nos dirigimos al sitio de despegue, El Pinar Alto: una colina desde donde se puede ver la laguna con su forma de media luna perfecta. El paisaje me dejó sin palabras. Los parapentes ya estaban allí, extendidos como alas gigantes y vibrantes, listos para surcar el cielo.
Me recibió Carlos Jiménez, de la empresa Parapente Ciudad Blanca. Tranquilo, amable, con una energía firme, me transmitió confianza desde el primer momento. Me explicó todo con paciencia, me hizo reír con sus anécdotas y me dijo:
—“Solo necesitas respirar profundo y dejarte llevar”.
El despegue
Cuando llegó el momento de correr hacia el vacío, una parte de mí dudó. Pero otra, más sabia, dio el paso. Sentí el viento en la cara, los pies dejando el suelo… y de pronto, el silencio del cielo.
Estaba volando.
Literalmente.
La laguna se extendía abajo como un espejo, rodeada de montañas y pequeñas casas. El volcán Imbabura al fondo, firme, como si me mirara. A lo lejos, Cotacachi. El paisaje era tan impresionante, tan vasto, que me hizo sentir diminuta… y al mismo tiempo inmensa. Cada curva de la laguna, cada sendero en las montañas, parecía dibujado para ser visto desde el aire.
En un momento, entramos en una térmica: una corriente de aire cálido que nos levantó con suavidad y fuerza al mismo tiempo. Fue como si la tierra misma nos empujara hacia el cielo. Lo sentí en todo el cuerpo, fue emocionante.
Y luego, sin aviso, Carlos hizo un giro de 360°. Fue rápido, vertiginoso, ¡una explosión de adrenalina! Sentí que giramos con el mundo, como si todo se volviera una danza en el cielo. Solté una carcajada nerviosa y feliz. Fue uno de esos momentos en que el miedo se convierte en pura emoción.
Lo que sentí en el aire
Cerré los ojos unos segundos. Y allí, suspendida entre el cielo y la tierra, me sentí profundamente viva. Era como si el viento me hablara, como si cada ráfaga me dijera: “estás lista para lo nuevo”.
Pensé en mi familia. En lo que hemos vivido juntos, en su fuerza, su ternura, sus caminos. Sentí un deseo profundo de que un día, ellos también puedan vivir algo así: esa mezcla de libertad, belleza y confianza que solo se experimenta cuando uno se lanza al vacío con fe.
Después del vuelo
El aterrizaje fue suave, casi mágico. Cuando mis pies tocaron la tierra otra vez, sentí que algo en mí había cambiado. Reí. Respiré hondo. Y le agradecí a Carlos, de Parapente Ciudad Blanca, por la experiencia, por su cuidado y su guía.
Nos quedamos un rato en la orilla de la laguna, disfrutando la calma del agua. A pocos metros se encuentra la autopista hay varios locales de comida, su especialidad son la tilapia frita o al vapor, este plato va acompañado de patacones, yuca o papas, tu eliges, personalmente prefiero los patacones.
Descubrí que se puede acampar en varios espacios cercanos. La Finca Sommerwind, por ejemplo, es muy bonita y tiene áreas limpias, ideales para dormir en carpa o en campers. Estoy segura de que volveré, esta vez con más tiempo… y quizás acompañada de otras mujeres que también necesitan volar y dar el salto de confianza
Consejos si tú también quieres volar
- Llega temprano. De 7 a 11 am es el mejor horario para volar.
- Lleva abrigo y bloqueador. Aunque parezca soleado, en el aire hace frío.
- Pregunta por pilotos certificados. Parapente Ciudad Blanca es una excelente opción, con trato humano y profesional.
- Precio aproximado: entre $60 y $70 por vuelo en tándem.
- No necesitas experiencia previa. Solo ganas y confiar.
¿Y tú, te animas?
Esto no fue solo una aventura. Fue una forma de volver a mí.
De recordar que la vida también se ve distinta cuando nos atrevemos a cambiar la perspectiva.
Yahuarcocha me abrazó desde el cielo, y todavía llevo ese vuelo en el corazón.
No sé si tú estás buscando una señal… pero si lo estás, tal vez esta sea.
Artículo escrito por Lia | Instagram: @lia_hec | WhatsApp: +593 979881234 | Fotos: archivo personal.

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